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Deporte y Educación



Cuando fui docente universitario me di con una buena cuota de estudiantes que eran analfabetos funcionales. Sus capacidades académicas no reflejaban los títulos que traían. 
Expliqué materias de filosofía y humanidades a todos los niveles. Tuve estudiantes llegados al salón con títulos de Escuela Superior, Bachillerato, Maestría. Tuve varias candidatas a doctorado en Educación que eran cabezas de chorlito. 
Y en mi interacción con colegas de Facultad vi cómo más de uno disparataba admirablemente, incluso cayendo en errores de lógica elemental, si bien tenía diploma de doctor. 
No sin razón, por tanto, en más de un departamento de cierta Facultad se le imponía a los profesores seguir un seminario permanente sobre la materia que enseñaban, algo impensable en una universidad de verdad, con profesores verdaderamente dedicados a su materia de enseñanza. En ese sentido, baste repasar la hoja de publicaciones de nuestros profesores universitarios.
Un factor importante en todo esto ha sido la relajación de los estándares para evaluar el aprovechamiento de los estudiantes, sobre todo en las llamadas humanidades. 
Por eso, me parece, hay profesionales en nuestra Isla que saben más inglés que español; que no leen ni han leído de la literatura universal (pasaron los cursos con compendios y generalidades), ni tan siquiera en inglés; que en materia de religión, cosmología, hasta ciencia, por ejemplo, razonan como un preadolescente. He escuchado a más de un médico hablar despectivamente de Darwin. Si el tema es de bioética se alarman, porque no pueden opinar con libertad a causa de diversas trabas. Algo análogo encontramos con los ingenieros, abogados, y así, tanto hombres, como mujeres.


Admito que también he contribuido a esta situación. Uno comete errores y no se da cuenta de cómo la acumulación de muchos errores llega dar al traste con una sociedad. Es como tirar una colilla de cigarrillo en la arena de una playa. La colilla se deshace y eventualmente ya forma parte del polvo. Pero si cientos y miles tiran la colilla a la orilla de la playa… ya usted sabe.

Desde mi primer año docente me di cuenta de lo anómala que es nuestra Educación puertorriqueña. Un decano me llevó aparte y me dijo que no fuera tan exigente, que si los frustraba, los estudiantes dejarían los estudios y terminarían en la droga. Llegué a ser tan flexible, que aprobé a un muchacho certificado como atrasado mental. No fue el único con el que me topé, hubo otros. 
Escuché hablar de la diversidad de inteligencias y culturas. Desde la filosofía ya lo sabía. Pero no sabía cómo era que lo estaban aplicando aquí. No sabía que se usaba como una etiqueta para hablar en realidad de estimular a los fracasados haciéndoles creer que ellos también son inteligentes, mientras se define "inteligencia" al modo tradicional, sin cambiar su sentido.
Cuando me dijeron que aquel atrasado mental estaba matriculado para estudios en maestría, caí en cuenta de lo que estaba sucediendo. Desde los primeros grados todos son aprobados, aunque no dominen las materias. “En la universidad se ocuparán de ellos,” de seguro pensaron en un momento. En una ocasión un profesor me dijo, “Cuando entren a maestría se ocuparán de ellos”. 

Luego, en un curso a nivel de maestría me di con estudiantes que no sabían lo que era hacer una investigación y preparar un informe. 
El colmo fue la estudiante de doctorado a quien me asignaron para supervisar su investigación de tesis. Me trajo su proyecto de tesis, un pequeño mamotreto que ahora pienso era todo copiado (por no decir plagiado). Noté que no había relación entre el título de su propuesta y la narrativa, o el contenido de su escrito, de su resumen. Cuando nos reunimos y se lo dije, se indignó. "Quién dijo que el contenido tiene que hablar del tema en el título," me dijo y se levantó y se fue aparentemente furiosa. Me dio la impresión que se fue confiada en que encontraría otro profesor que le permitiese lograr su sueño de ser doctora en educación.
A la luz de tales experiencias, luego de la lectura de Iván Illych, Paolo Freire y otros, desde 1970 (más o menos) fui viendo algunas cosas, adquiriendo unas ideas sobre la educación. Una de ellas fue la de la imagen deportiva de la educación, que compartí también con mis estudiantes. 


El deporte es la mejor imagen para los maestros y estudiantes que no entienden que una nota al final de un semestre/un año es el equivalente de haber dado la talla en la competencia. 
(1) Unos llegan primero, otros después y siempre estarán los que llegarán últimos. Una nota representa la "competencia", hasta qué grado el estudiante es "competente". 
(2) ¿La autoestima? ¿El mal psicológico de tener que competir constantemente? Simple. Desde pequeño evaluar al estudiante en sus capacidades y aptitudes. Uno siempre es bueno para lo que a uno le gusta. Puede que un niño no es apto para leer y escribir, pero en él hay otras habilidades y aptitudes que se pueden ir descubriendo. Para eso está el nivel elemental, los primeros grados, para esos descubrimientos. A fin de cuentas un trabajo que requiere ciertas destrezas mecánicas, por ejemplo, puede representar mejor remuneración que la de un asalariado "profesional". A fin de cuentas no se necesita leer y escribir bien para ser médico, abogado. Y cuando uno hace lo que le gusta, la consideración de salario no afecta tanto. Cuando hay entusiasmo por la vida, no hay trabajos aburridos. 

(3) Oigo mucho de "pluralidad de inteligencias" en la Facultad de Educación, pero es un consigna vacía. Antes de que surgiera la consigna (que evita que los estudiantes de maestro piensen, porque repiten sin pensar) hay que pensar el problema: no todos desde primer grado elemental tienen que ser entrenados para dominar literatura, ciencias y matemáticas como si fueran académicos. Pueden irse desarrollando con eso y con otros bagajes para que en sexto grado, por ejemplo, puedan decidir su futuro. Hay que terminar con las connotaciones negativas de "estudios vocacionales". La agricultura y la mecánica requieren unas destrezas y una "inteligencia" que se debe reconocer. 
(4) Es hora de devolverle valor a los diplomas de graduación. La mayoría de los diplomas en Puerto Rico (escuela, universidad, doctorados) no valen la tinta con que están firmados. Hay que dejar la corrupción escolar académica. 

Cuando pensemos de esa manera, nuestro Puerto Rico comenzará a levantarse. 





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