Al ir a un negocio de comida rápida a veces parece que uno conversa con un autómata. Es la maldición de la inteligencia artificial a la que ya estamos sometidos, cuando las relaciones humanas siguen los esquemas de unos guiones programados. No da tanto miedo la aplicación cada vez mayor de la inteligencia artificial, cuanto el modo con que los mismos humanos parece que ya no saben pensar al modo «natural». Es algo así como el caso imaginario del que en el restaurante le pide al robot camarero que le pase la sal. «Por dónde se la paso,» contesta el robot que desconoce la diferencia entre «pasar» y «pasar». Los libretos en nuestras relaciones sociales siempre existieron. Es como saber qué decir, cómo comportarse en una reunión y darle la mano al enemigo. Pero mal estaríamos si sólo supiéramos pensar al modo de las fórmulas. La capacidad para entender aparte de fórmulas parece estar cediendo a los intercambios automáticos, completamente impensados. Ya en la década de 1970 apareció el pr