Leyendo sobre el tema de la economía, comparto este apunte que muchos ya saben, pero que vale la pena repetir. Lo acabo de volver a ver en una lectura esta tarde.
Unos años después de la guerra de Vietnam unos de los ministros del gobierno reconoció públicamente que ellos habían destruido más a Hanoi que los bombardeos de los norteamericanos. Las culpa había sido el control de precios.
Si se impone un control de precios sobre la vivienda, habrá mucha demanda por las casas y apartamentos. Será bello ver gente pobre que vivía en la miseria poder ahora ocupar un espacio decente de vivienda.
Pero los hechos demuestran que no resulta así.
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Muchos podrán pagarse una vivienda, porque el gobierno impuso un precio “razonable”.
Las viviendas escasearán.
Los dueños no tendrán motivo para mantener sus propiedades en buenas condiciones porque hay mucha gente (clientes) que quieren alquilarles, comprarles.
La gente alquilará una pocilga, con tal de tener un techo.
Haga o no haga, el dueño siempre ganará lo mismo al alquilar o vender.
Las propiedades se deteriorarán sin remedio.
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Los constructores de casas nuevas y los compradores de terrenos no se atreverán a iniciar proyectos, porque (1) los precios y alquilar o vender no cuadran con el precio de construir vivienda; (2) la calidad de los materiales de construcción es pésima.
Es que no se podrá recuperar el costo de construir con las rentas controladas. Cuesta más construir que lo que se le podrá cobrar a los inquilinos.
(Pasará lo mismo con los panaderos. Dejarán de hacer pan porque cuesta más hacerlo, que lo que podrán cobrar a la venta con precios controlados. La alternativa es un pan de inferior calidad.)
(En Puerto Rico ya esto ha pasado con los ganaderos.)
(Los cafetaleros puertorriqueños escapan el control de precio sobre el café al gestionar entrar en la categoría de “café gourmet”, que es un café no controlado. Así pueden competir con el café importado. El resultado a veces es un café 100% arábiga y “gourmet” puertorriqueño, pero de calidad inferior. En los próximos años ese mercado de nicho producirá un mejor café a medida que los inferiores desaparezcan - gracias a la competencia con los que son buenos de verdad. Entre tanto las marcas nacionales de café que ahora están en manos de multinacionales han tenido que mejorar su calidad, lo que demuestra que el café local sí puede competir en un mercado sin control de precios, que en realidad ese control es un obstáculo y no una ayuda a la industria local.)
Aquí no hay que decir que alguien tenga la culpa, que inevitablemente tengan que haber pobres y ricos, como si el gobierno pudiera remediarlo. Ya sabemos que la solución no es el control del gobierno.
No es pecado negociar motivado por la ganancia. Es como decir que la sexualidad es pecado y es culpa de alguien sentirse atraído por una mujer.
Habría que reglamentar la sexualidad, se dirá, por respeto a las mujeres.
Y eso es lo que espontáneamente hemos hecho durante siglos. Ahí están los códigos de conducta respecto a las relaciones entre parejas. Y el desarrollo de esos códigos de conducta respecto al sexo sigue evolucionando en nuestros días.
Igual, el comercio también ha sido reglamentado espontáneamente.
Ahí están los códigos de conducta entre comerciantes. Visite un mercado árabe y verá.
Véndale usted un producto defectuoso a un comerciante y ya verá.
Igual, el consumidor. Me podrás vender unos zapatos malos y nunca te vuelvo a comprar.
Para eso están las marcas, para que sea más fácil identificar los zapatos buenos. Pero si el gobierno impone un control de precios entonces no hay motivo para hacer un mejor zapato.
El sexo y el comercio hay que controlarlos, pero se ha estado haciendo desde tiempo inmemorial, de manera espontánea.
La economía es como un juego de fútbol. Está bien que el árbitro esté ahí, para que no se eche a perder el partido con el desorden que se pueda formar si no hay respeto a las reglas de juego. Y está bien por tanto que el árbitro esté ahí.
Lo que está mal es cuando el árbitro se pone a intervenir indebidamente… ya usted sabe.
El gobierno controla el precio. El dueño del apartamento, digamos, no tiene motivación para darle mantenimiento.
Si los que rentan se fueran molestos y él no encontrase a nadie para rentar la propiedad, tendría buen motivo para mantenerlo en buenas condiciones.
Pero haga o no haga, el apartamento siempre tendrá inquilinos y la renta no va a cambiar. Conclusión: el deterioro continuo de la propiedad y a nadie le interesa ponerla en condiciones.
La ecuación también incluye a los suplidores. Si los propietarios no tienen para qué comprar para reparar la propiedad, el suplidor no tiene a quién venderle. Tendrá que vender demasiado barato y a la postre se irá a la quiebra. Otra alternativa será conseguir productos de inferior calidad: tuberías, grifos, componentes para la electricidad, cemento inferior, y así.
En la fábrica sucederá lo mismo. El obrero ganará lo mismo, si produce bien y si no, también. Da lo mismo si lo que ensambla luego sale defectuoso: nadie puede botarlo. A fin de mes el sueldo será igual. No es que un aumento de sueldo le va a traer beneficios, porque todos los apartamentos están mal atendidos. La ropa, los zapatos no son de calidad, porque no hay motivación para mejorar las cosas.
Ya sabemos lo que es ir a una oficina del gobierno. El que atiende le da lo mismo hacerlo bien, o mal. Da lo mismo cometer errores, que hacerlo bien; atender un sólo caso en todo el día mientras los otros esperan en fila, o no atender a nadie. Como quiera va a ganar el mismo sueldo.
Los vietnamitas, los rusos y los cubanos han aprendido esta lección a las malas. Los rusos tardaron cincuenta años en poder sacudirse de este espejismo de que hay justicia en el control de la economía. Los vietnamitas vieron la luz más pronto y hoy comercian con los norteamericanos como si aquí no ha pasado nada.
Mientras en Cuba le echan la culpa al bloqueo de los Estados Unidos, una isla como Hong Kong llegó a tener un ingreso por persona mayor al de Inglaterra, cuando eran colonia de Inglaterra.
Cuando en Puerto Rico nos veíamos prósperos, en Korea estaban en la miseria.
Entonces los coreanos allá por los 1970-80 se inventaron una compañía de hacer monitores de computadoras (Samsung) y el resto es historia. No fue asunto de traer compañías a establecerse allí. Fue asunto de aspirar a irse de tú a tú con los demás.
Sí, nosotros tenemos el caso de las galletas Rovira de Ponce y las Sultana de Yauco, que desplazaron a las Keebler norteamericanas, al menos en el mercado local.
Hoy los autos coreanos se consideran en competencia directa con Toyota, que desplazó a su vez a los autos norteamericanos. Los teléfonos Samsung compiten con Apple; sus televisores con Sony, así. Ya pocos se acuerdan de una compañía que se llamaba Texas Instruments, como nadie se acuerda del dominio del mercado que tuvo un día la pasta de dientes Pepsodent. A no ser por la competencia, estaríamos como la Rusia que todavía produce submarinos que se hunden con toda la tripulación, como sucedió unos años atrás.
Esto no es asunto ideológico. Es asunto de cómo se dan las cosas en la realidad. Tratar de darle la espalda es como tratar de darle la espalda a la ley de gravedad, por ejemplo. Sólo conociendo y obedeciendo las leyes de la física es que podemos tener aviones que baten el límite de la velocidad del sonido.
Y esos aviones se han fabricado gracias a la motivación económica.
No es posible imponer nuestras ideas a la realidad sin contar con la realidad misma.
Cada vez que se trató de imponer un control de precios, hubo caos económico. Resulta que el egoísmo logra más que las buenas intenciones: hay que tener incentivos para hacer las cosas bien hechas, qué se va a hacer.
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